Dije que sí al paseo en motora la tarde previa al 15 de diciembre. Mi amigo y yo queríamos reconectar un ratito, después de mucho tiempo alejados debido a la pandemia.
José es un apasionado de la vida sobre dos ruedas. Las bicicletas y las motoras han sido sus pasiones desde hace mucho y, ¿a quién no le alegra compartir lo que más goza?
Poco antes de que me buscara, le escribí un texto a su novia diciéndole que le tenía miedo a las motoras, pero él ya estaba en camino y pensé: ¿qué puede pasar? Es un paseíto corto, y ya.
El cielo estaba brillante cuando me entregó el casco, me lo puse y me abracé bien fuerte a su cintura. Llevábamos apenas 15 minutos de paseo cuando cambié mi mirada, antes fija en el mar, hacia la carretera. Entonces, sentí que algo blanco, pesado y metálico venía hacia nosotros. El terror me invadió como si me hubiera tragado a una bestia. Mientras pensaba ¡esto viene para encima de nosotros!, llegó el golpe contundente, seco y duro. Nuestros cuerpos se barrieron contra la carretera ardiente, y ambos chocamos contra la pared de cemento que dividía los carriles. Recuerdo una nube enorme de polvo y piedritas alrededor de nosotros. El calor insoportable, como jamás lo había sentido.
De inmediato, pensé que había sido solo una caída, un gran susto, pero los gritos de dolor de mi amigo que gemía: ¡mi pierna, mi pierna!, y ver mi pie casi desprendido de mi propia pierna, junto a un ardor horrible, me confirmaron que ese accidente que nadie quiere tener, ese accidente que pensé solo lo sufrían otras personas, nos había tocado a nosotros. Se me vació todo el cuerpo y cerré los ojos en busca de calma.
Estar tirada sobre la carretera, sin poder moverte y sin poder ayudar a alguien a quien amas, mientras tanto tú cómo él sufren, es una sensación desesperante. Pero la ayuda llegó pronto y, tras un proceso largo de recuperación a partir de ese día -José con su pierna amputada (y todo lo que eso conlleva) y yo aún trabajando para recuperar mi movilidad lo más normal posible-, estamos aquí.
Nunca nos acercaremos a la carretera de la misma forma. Al guiar, queremos estar totalmente presentes y concentrados en lo que estamos haciendo. Conocemos demasiado bien lo que puede pasar si alguien tras el guía pierde la atención tan solo un momento. Con esa nueva mirada, con mucha compasión y respeto, serviremos de puente para contarles algunas de tantas historias de personas que, día a día, ven cómo cambia su vida debido a un accidente de tránsito. Ellos también conocen lo que se siente cuando la calle se queda con una parte de ti. Cuando te cambia para siempre.