A los 19 años, Rubén Ismael Figueroa Pérez trabajaba en una compañía disquera. Como parte de sus labores, viajaba a varios pueblos de la Isla para llevar carteles y otros materiales de promoción de los artistas que lanzaban nueva música. El 4 de septiembre de 1997, le había tocado hacer esta gestión en Mayagüez, pero en medio de la faena recibió una llamada de su jefe pidiéndole asistir a una reunión en San Juan ese mismo día. En medio de la prisa, tardó casi 40 minutos en encontrar su carro en el estacionamiento. Reconoce que una vez pudo, por fin, encender el vehículo, salió a toda prisa.
“Me fui ‘zafao’ por la carretera. En el elevado de Guayanilla hacia Ponce perdí el control”, cuenta el conductor, quien hoy tiene 43 años.
El motor del auto cayó encima de sus piernas. Solo recuerda al personal médico sacándolo del carro y el rojo de la abundante sangre bañando su cuerpo de la cintura hacia abajo. Del hospital más cercano, fue trasladado al Centro Médico donde se supone le practicarían una amputación.
“La fractura en mi pierna fue abierta y estaba contaminada”, recuerda.
En Centro Médico, el equipo a cargo de su caso determinó que, al ser tan joven, Rubén podía ser sometido a tratamiento para su infección y dar la batalla para conservar su pierna. Así dio inicio un largo proceso de cirugías y terapias. En efecto, pudo evitar la amputación. Aunque inicialmente esto significó un alivio, la realidad es que a lo largo de los años la extremidad nunca sanó totalmente. Tenía períodos de relativa comodidad que se interrumpían a menudo cada vez que la infección volvía a aparecer y sentía las consecuencias de la insuficiencia venosa que le afectaba hace muchos años debido al impacto que sufrió. La pierna se hinchaba, se le formaban úlceras que no sanaban, tenía mucha dificultad para caminar y padecía de dolor constante. Ante este panorama, un cirujano vascular le sugirió una amputación.
“Yo pensé que estaba loco”, recuerda que pensó en aquel momento, al ser abordado sobre esa posibilidad.
Rubén siguió luchando y buscando alternativas para su condición mientras estudiaba enfermería, inspirado por la ayuda que recibió del personal médico tras su choque. En la universidad conoció a su hoy esposa, con quien tuvo una hija y un hijo que tienen 10 y 7 años, respectivamente. Su familia ha estado junto a él, apoyándolo en el manejo de su padecimiento.
“Creo que me han hecho como 14 cirugías y limpiezas”, sostiene. Su esposa e hijos también lo respaldaron cuando, en enero del año pasado, cansado de la inestabilidad de su situación de salud, de las constantes reapariciones de la infección y la aparente gravedad de la misma, decidió seguir el consejo que hacía muchos años le había dado el cirujano vascular: optar por una amputación voluntaria.
“Yo dije: ya no aguanto más; me voy a amputar la pierna”, cuenta.
Esta no fue una decisión fácil ni a la ligera. Rubén la tomó tras más de 20 años de “dar todo” y pasar “un calvario” para mejorar su salud. Entiende que se fue preparando poco a poco, incluso tuvo modelos de inspiración como el explorador de National Geographic, Albert Yu Min Lin.
Hoy puede decir que no se arrepiente en lo absoluto. En efecto, siente que su calidad de vida es y continuará siendo mejor que antes. Actualmente, tras someterse al proceso en febrero de este año, se está adaptando a su prótesis tan bien que todos a su alrededor se sorprenden. No solo eso, su profesión de enfermero le ha dado la oportunidad de utilizar su experiencia para alentar a personas que también enfrentan una amputación, pues asiste a la clínica de ortopedia de Centro Médico.
“Es gratificante. No lo puedo explicar, pero me agrada mucho ayudar a personas en esta situación y me gustaría darles apoyo, empoderarlas para lograr su cometido, que es la rehabilitación”, asegura.
Rubén siente que el día que sobrevivió el choque volvió a nacer. Y hoy, luego de su decisión, vive aún mejor, más cómodo, más feliz.
