El día prometía un compartir familiar después del partido de pelota de su hijo, pero el destino tenía otro plan. Josué E. Rivera González jamás pudo llegar al negocio en Piñones hacia donde se dirigía con un grupo de padres que también había asistido al juego la mañana del 21 de mayo de 2012.
Tras recoger todo el equipo deportivo y sus pertenencias, los padres y madres formaron una caravana en dirección de Canóvanas hacia Loíza. En algún punto, decidieron detenerse en el paseo a esperar a otros que iban más despacio. Durante ese corto lapso, Josué- entonces con 39 años- decidió bajarse de su carro para llegar hasta donde estaba otro de los conductores porque tenía algo que decirle. Caminó apenas unos pasos, y en lugar de establecer la conversación que tenía pensada, fue arrastrado por otro vehículo que transitaba a alta velocidad. Como si tratara de la escena de una película, su cuerpo quedó encajado a uno de los costados del auto, dando bandazos al aire, hasta caer de golpe a 1,600 pies de donde se encontraba previamente.
“Cuando caí ya tenía el brazo desmembrado. Lo que me quedaba eran los ligamentos”, narra el hombre que había perdido la conciencia, pero fue rescatado por los amigos que formaban parte de la caravana. El grupo se dividió: unos se quedaron para procurar ayuda de emergencia y otros se fueron tras la conductora que solo se detuvo cuando la carretera terminó y fue rodeada por ellos.
Como a veces ocurre en tragedias como esta, una persona clave se detuvo para ayudar. Ese “ángel”, era empleado del Centro Médico en Río Piedras. Al observar la gravedad de la escena, el hombre se movilizó para contactar a una ambulancia aérea que pudiera socorrer a Josué quien, debido a la herida tan severa, se estaba desangrando.
“En Centro Médico me fui 10/7 dos veces. Ese mismo día me tuvieron que cortar lo que me quedaba del brazo porque estaba todo infectado. También tenía la tibia derecha rota”, relata.
Todo lo que sabe del choque que lo dejó sin su brazo izquierdo es a través de los relatos de sus amistades, pues tan pronto la conductora lo embistió simplemente perdió el conocimiento. “Yo pasé a la otra vida”, asegura.
Josué pasó 28 días en coma inducida y al despertar fue que enfrentó su nueva realidad. Dice que lo tomó con tranquilidad, aunque en ese momento su cuerpo sentía los efectos de todos los medicamentos que tuvieron que administrarle para soportar el dolor.
“Desperté y no me vi el brazo. La pierna la tenía completamente inmovilizada, con tornillos y un yeso. El brazo estuvo en carne viva casi dos meses”, afirma al reiterar que lo tomó “bastante bien”.
Su buena actitud no implica que el proceso de recuperación fuese sencillo, pues incluyó pasar cuatro meses recluido en el hospital para practicarle varias cirugías. Luego, pasó 16 días en un centro de rehabilitación donde comenzó a aprender cómo vivir sin su brazo. Por supuesto, el trabajo para lograr independencia sin una extremidad ha requerido mucho más trabajo duro y consistente, además de una gran dosis de paciencia, perseverancia y voluntad. Igual que el resto de la gente, no fue hasta que sufrió el choque que Josué entendió cuán complejo puede ser sobrellevar una limitación física.
“Mientras ha pasado el tiempo me he ido acostumbrando. Estar solo me ha ayudado a desenvolverme. Lo que antes hacía con dos brazos, ahora le busco el juego”, indica acerca de esas tareas que son tan simples como amarrarse los cordones de los zapatos a guiar su carro.
Además de ese cambio aparente en su físico, Josué siente que ha cambiado en el interior. Ahora, asegura, experimenta las cosas- sobre todo las que le causan algún impacto- con mayor intensidad. Se conmueve más a menudo, especialmente si se topa con algún choque. Afirma que no desea ver ningún evento en la carretera porque inmediatamente revive su ardua experiencia.
“Soy un milagro de Dios. Todo lo que viví me hizo cambiar mi forma de pensar, de ser. Realmente no soy ni una cuarta parte de quien era antes”, dice con la certeza de quien hoy valora más todo lo que tiene.