Bárbara Bell Cortés estaba cumpliendo con su turno de trabajo en la Policía cuando su mundo se detuvo durante cinco días. Al despertar de un coma inducido, en la cama del hospital, su cuerpo estaba incompleto.
“Abro los ojos y lo que veo es un montón de máquinas, chupones, mangas. Llegaron los médicos y yo no me había dado cuenta de que me faltaba la pierna izquierda”, narra la mujer, víctima de un accidente automovilístico ocurrido el 16 de noviembre de 2018.
Esa mañana Bárbara y uno de sus compañeros estaban colaborando con otro policía que atendía la escena de un accidente con un equino. Su labor era conseguir un ‘digger’ con chofer para recoger el cadáver. Aunque sea difícil de creer, en el camino se encontraron con otro accidente en la carretera 189 de Gurabo a Caguas. Otra vez, Bárbara y su colega se detuvieron a ayudar.
Mientras la mujer policía recopilaba los datos de los implicados, una mujer que no obedeció la orden que prohibía el paso al área la impactó.
“Mis huesos habían traspasado el uniforme; estaban todos por fuera. Miro mi tobillo, y estaba como cuando tú exprimes algo; así estaba esa parte de mi pierna. Yo dije: Dios mío, ¡sálvamela!”, recuerda.
Bárbara fue atendida por los paramédicos que ya estaban en el lugar. Ellos le hicieron un torniquete y le acomodaron los huesos lo mejor posible, no sin antes advertirle el dolor que le causarían. “¡Aguanta!, fue la advertencia.
“Es la peor experiencia que no le deseo ni a mi peor enemigo. Llegué al hospital y me dieron un medicamento para el tétano y ahí no recuerdo más nada”, cuenta con emoción.
Al despertar del coma, los médicos le contaron que cada vez que intentaban unir sus venas, reparar el daño a su extremidad, ella sufría un paro respiratorio. A la tercera vez, desistieron. Concluyeron que la amputación era la única alternativa para salvar su vida.
“Fue horrible. Yo tuve un accidente, vi mi pierna destrozada, pero jamás pensé que iba a ser amputada. Es el peor dolor que a uno le puede dar. Yo estaba trabajando. Yo fui a servirle al pueblo. ¿Qué pasó aquí?”, se cuestionaba.
Por fin, después de mucha ayuda, muchas terapias y mucho esfuerzo físico y mental, Bárbara afirma: “me he aceptado”. Antes no quería siquiera mirarse al espejo.
Hoy, cansada de llorar y de preguntarse ¿por qué?, se levanta todos los días determinada a dar lo mejor de sí para continuar disfrutando la vida independientemente del esfuerzo tan grande que supone vivir sin una extremidad.
“Le busqué la manera. Me adapté”, asegura.
Incluso descubrió una pasión: la natación.
“Ahora cruzo la piscina de 25 metros de un lado al otro, sin prótesis. Tenía que haber pasado algo como esto para descubrir algo que me encanta, que me apasiona. Fíjate como es la vida”, apunta.